Enero 2011
En el Reino Unido están a punto de producirse grandes cambios en la educación superior como consecuencia de las modificaciones de financiación introducidas por el Gobierno a fin de reducir el coste de las ayudas gubernamentales e incrementar las tarifas de los estudiantes. Las universidades y las agencias como la QAA están llevando a cabo una profunda reflexión sobre cómo estos cambios afectarán a nuestra relación con los estudiantes.
Sin embargo, a mi entender existe otra cuestión, aún emergente, que tendrá fuertes repercusiones en la educación superior, además de ofrecer grandes oportunidades: la llegada de la generación Y.
La generación Y está formada por aquellas personas nacidas durante los años noventa y principios de la década de 2000. Considero que, en esencia, sus actitudes y su visión del mundo han sido forjadas por dos elementos:
Puede que parezcan simples hechos consumados, si tenemos en cuenta las repercusiones que estos dos aspectos han tenido en nuestra vida cotidiana, pero además han determinado la actitud ante la vida de los jóvenes que han crecido durante este período, así como su forma de ver el mundo que los rodea.
El entorno económico en el que han vivido los ha hecho menos temerosos ante el cambio y más confiados en sus perspectivas de futuro y en el abanico de posibilidades y oportunidades que tienen a su alcance. Además, esperan tener un acceso cómodo e ilimitado a los bienes materiales. La revolución de Internet, a su vez, les ha permitido informarse y les ha conferido unas capacidades completamente impensables hace quince años.
Para esta generación, la facilidad con la que se puede acceder a la información, comprobarla y cuestionarla a través de Google o Wikipedia; las preguntas y los temas que pueden plantearse instantáneamente en Twitter o Facebook y que reciben respuesta de centenares o miles de interlocutores; o la facilidad y la rapidez con la que Internet y las organizaciones pueden aprender de sus usuarios y darles respuesta, no son simplemente un fenómeno, sino una realidad ineludible, no más sorprendente de que lo significó encender un televisor o poner una lavadora para generaciones anteriores.
No son retos que debamos añadir a la revolución del consumo post-Browne, sino rasgos definitorios que dicha revolución perpetuará. La educación superior del Reino Unido no ha alcanzado el éxito y el reconocimiento internacional durmiéndose en los laureles. Confío en que las instituciones de educación superior sabrán responder a estos cambios y adaptarse a ellos, especialmente con relación a los siguientes aspectos, que, a mi entender, son los que precisan una mayor adaptación: