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Julio 2011

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OPINIÓN

Virtudes y límites de los informes de seguimiento

Dr. Salvador Cardús i Ros - Decano de la Facultad de Ciencias Políticas y de Sociología de la UAB

A estas alturas de la película es difícil encontrar a alguien que se atreva a poner en duda, de manera abierta y radical, la necesidad de evaluar la actividad académica y de realizar un seguimiento sistemático y transparente de la misma. Ahora bien, una cosa es que nadie se oponga a ello, y otra muy distinta es que no nos dediquemos, primero, a fomentar la desconfianza general sobre la utilidad final del proceso; segundo, a poner pegas a los sistemas que deben permitirlo, y tercero, que tengamos mecanismos para tomar las decisiones que se derivan del análisis y las propuestas comprometidas, y que los implicados no nos hagan ningún caso. Dejo de lado los dos primeros tipos de resistencias, que tienen que ver con una cierta cultura –incultura– de trabajo en las instituciones públicas y que merecerían una consideración extensa específica, y paso directamente a la experiencia propia en la elaboración del informe de seguimiento y a las virtudes y límites que en él he observado.

La experiencia de nuestra Facultad de Ciencias Políticas y de Sociología en el momento de realizar el primer informe de seguimiento correspondiente al primer curso de los nuevos grados de Ciencia Política y Gestión Pública y de Sociología, y de todos los másteres que dependen de nosotros, debo decir que es buena, o muy buena, en el primer tramo del proceso: es decir, en su elaboración. Para nosotros, la voluntad de hacer transparentes los principales problemas de la organización docente no era nueva, y ya habíamos efectuado varios ejercicios previos y los habíamos puesto a debate público a través de nuestro boletín dirigido a toda la comunidad, en las jornadas anuales específicas de reflexión docente que ya hace tiempo que organizamos, en convocatorias extraordinarias de la Junta de Facultad e incluso, posteriormente, hemos creado una específica Comisión de Calidad. De modo que el hecho de encontrar un instrumento pautado y formal para seguir profundizando en los objetivos de mejora docente no ha significado ningún choque, sino una nueva vía de canalización de una antigua preocupación. Y, en ese sentido, en ningún momento tuvimos la sensación de un rendimiento de cuentas hacia arriba –UAB y AQU Catalunya–, sino de una nueva oportunidad de hacer visibles nuestras preocupaciones hacia abajo, es decir, hacia la propia comunidad docente y discente.

Con respecto a los indicadores propuestos por el protocolo del informe de seguimiento, en la medida en que son los estándares, que siguen estrictos procesos de elaboración y que, por lo tanto, además de fiables, permiten ser comparados con otras titulaciones, nos parecieron perfectamente adecuados a los objetivos propuestos. En realidad, ya son los mismos con los que habíamos trabajado por iniciativa propia a partir de la base de datos de la UAB. Quizá no estaría mal que los propios centros tuviéramos la oportunidad de añadir algún otro dato. Por ejemplo, en la UAB, sería interesante el análisis del origen territorial y lugar de residencia del estudiantado, datos que tienen una notable importancia en la detección de problemas específicos de organización horaria, de las condiciones personales de trabajo, etc. Tampoco deberían excluirse otros datos, tales como la dedicación a alguna actividad laboral –y su verdadera naturaleza y extensión– simultánea con los estudios o los informes sobre la posterior inserción profesional. Pero es cierto que, en esos casos, los datos disponibles todavía son parciales, irregulares y no siempre lo suficientemente fiables.

En cambio, el trabajo de reflexión sobre la evaluación cualitativa fue relativamente fácil por la razón anteriormente mencionada: es un ejercicio que ya se había efectuado en varias instancias de la Facultad. El papel activo de los coordinadores de grado y máster, discutido con las respectivas comisiones, la colaboración del PAS y la síntesis de todo a cargo de la vicedecana de Asuntos Académicos dieron lugar a un informe nada artificioso, muy madurado y realizado dentro del plazo fijado por la UAB. La detección de los problemas fue hecha con consenso, las propuestas de intervención, muy meditadas y la atribución de responsabilidades, clara. La presentación del informe a la Junta de Facultad no dio lugar a ningún cambio y permitió hacer visible la información allí donde era necesario someterla a consideración. El informe se reveló, pues, muy útil, y lo será aún más en el momento de evaluar la ejecución de los compromisos tomados y la evolución de los datos disponibles.

Sin embargo, precisamente por la satisfacción que me produce el trabajo altamente comprometido de todo mi equipo, debo confesar una profunda incomodidad en relación con la capacidad que tenemos para actuar en consecuencia y a la altura de los objetivos que se derivan de este tipo de ejercicios. Si no se quiere que se conviertan en una rutina anual en la que fácilmente se desarrollen las astucias nominalistas que progresivamente desresponsabilicen a la institución a la hora de tomar decisiones relevantes y efectivas, en el establecimiento de prioridades y en la atribución de responsabilidades, es necesario que les corresponda la suficiente autoridad como para ejecutar los compromisos. Y ahí es donde la buena voluntad inicial de la que he hablado no se corresponde con las posibilidades reales que tenemos de llevarlas a buen término.

Los obstáculos, dicho en términos muy generales, son de dos clases. Uno, la enorme dificultad de hacer extensiva la reflexión derivada del informe de seguimiento al conjunto de la comunidad docente. De hecho, existe una colaboración efectiva de los responsables y las correspondientes comisiones, pero en definitiva no pasa de implicar a una veintena de personas, entre estudiantes, PAS y PDI. La presentación a la Junta añade a algunas personas más que quedan informadas –la mayoría de las anteriores veinte también forman parte de ella–, pero son claramente insuficientes respecto al grueso de más de 150 profesores y profesoras que deberían participar de la preocupación general por los resultados docentes y las propuestas que se han definido.

El problema es grave, porque va más allá de la eficacia del informe de seguimiento y tiene que ver con el otro obstáculo que ahora mencionaré. Y es que, en segundo lugar, el obstáculo que impide que un ejercicio como el informe de seguimiento tenga todas las bondades que se le suponen es el de la autoridad del equipo de decanato para incentivar una actuación más responsable e implicada del conjunto de la comunidad académica en los proyectos generales de la Facultad.

En definitiva, hay que contar con estrategias de comunicación para cohesionar a la comunidad en torno a proyectos de mejora como los que permiten desarrollar los informes de seguimiento, pero por encima de todo habría que contar con mecanismos eficaces de gestión para que, especialmente el profesorado, se sintiera implicado en el futuro de la Facultad y participara no sólo en la elaboración de los análisis, sino sobre todo en la aplicación de las decisiones tomadas en los niveles de gobierno tanto de la UAB en general como de su centro en particular.

Mi impresión es que el informe de seguimiento será de mucha utilidad desde el punto de vista del rendimiento de cuentas. En cambio, tengo dudas más serias acerca de mi propia capacidad para conseguir la complicidad de todas aquellas personas que deben contribuir a lograr las mejoras que el informe de seguimiento propone.

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