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Julio 2015

OPINIÓN

Empleabilidad universitaria y empresa catalana

Pere Torres Grau - Secretario de Empresa y Competitividad de la Generalitat

Cuando hablamos de la empleabilidad de los titulados universitarios, debemos tener en cuenta necesariamente tres aspectos concurrentes:

  • ¿Qué quieren estudiar los jóvenes que ingresan en la universidad?
  • ¿Qué estudios ofrece el sistema universitario?
  • ¿Qué perfiles profesionales esperan las empresas?

La posición central de la universidad es evidente, dado que entrelaza las expectativas de los futuros profesionales con las demandas de los empleadores. Es una posición que puede tener un positivo efecto cohesionador del mercado laboral en esta franja educativa o, bien al contrario, un negativo efecto distorsionador. Es saludable, por lo tanto, que las universidades se planteeen cómo deben ejercer este rol.

Del contacto frecuente con directivos empresariales me he llevado la impresión de que existe una muy buena valoración de la preparación de los titulados universitarios catalanes por lo que respecta a su currículum específico, pero que flojean las habilidades transversales. Y existe una lamentación por el escaso número de titulados disponibles en determinados campos. Así pues, estas serían las cuestiones que deberían abordarse para incrementar la empleabilidad de nuestros universitarios.

Por otro lado, es imprescindible tener en cuenta la realidad empresarial del país, constituida en más de un 95% por pequeñas y medianas empresas, que tienen una lógica de funcionamiento bastante diferenciada de la de las grandes. Por ejemplo, la progresiva diferenciación y microespecialización de muchas titulaciones no las favorece a la hora de determinar los perfiles a contratar.

En definitiva, los dos aspectos que deben abordarse —y no es ninguna sorpresa— son la cantidad y la calidad.

En primer lugar, se hace imprescindible favorecer una adecuación suficiente y razonable de las titulaciones y las plazas de la oferta universitaria a la realidad empleadora del mercado. Debería evitarse que esa oferta estuviera más determinada por la inercia o por la estructura de la plantilla docente que por la necesidad de dar respuesta a las exigencias competitivas de nuestro entorno económico.

En segundo lugar, hay que complementar los contenidos de la formación convencional con la adquisición de habilidades transversales. ¿Cuáles son las que reclaman los empresarios? Principalmente, el conocimiento de idiomas —el plural no es casual—, el trabajo en equipo, el intraemprendimiento, el pensamiento crítico, la capacitat expositiva... Todo ello, sin embargo, no son asignaturas con contenidos que se puedan memorizar, sino hábitos que se deben interiorizar. Por lo tanto, la respuesta no se debe buscar en la creación de asignaturas, sino en la adopción de determinadas metodologías formativas que transfieran esas capacidades a los estudiantes.

La mejor manera de formar en el trabajo en equipo es que la universidad enseñe a través del trabajo en equipo; la mejor manera de transferir capacidad expositiva es que la universidad exija y puntúe exposiciones orales, etc. Es necasario, pues, un esfuerzo sincero y profundo de revisión de las metodologías docentes por parte de las universidades.

Ahora bien, en una economía que avanza hacia la digitalización, la virutalización y la globalización (según sostiene Simon Dolan, catedrático de Recursos Humanos de ESADE), las habilidades requeridas irán evolucionando y, por lo tanto, deberemos estar atentos a los cambios que son esperables.

En definitiva, si somos cada vez más conscientes de que el empleo del futuro será flexible, de que la gente cambiará de empleo varias veces y de que la definición de los puestos de trabajo será más dinámica que estática, parece lógico pensar que la formación universitaria debe verse afectada. Solo podremos hacer frente adecuadamente a la flexibilidad en el empleo si aprendemos a introducir la debida flexibilidad en la formación.

Este es, seguramente, uno de los grandes retos de nuestra economía (la global, pero también la catalana), y como somos los únicos que lo podemos resolver, debemos ponernos a ello desde el diálogo abierto y perseverante entre el sistema universitario, el mundo empresarial y la Administración pública, y debemos hacerlo sin demasiadas dilaciones.

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