Así, aunque las mujeres son mayoría entre los doctores, entre catedráticos hay tan solo una mujer por cada tres hombres. Este ratio apenas se ha alterado en los últimos años, y algunos indicadores recientes incluso apuntan a un empeoramiento de las brechas entre lectores.
Sin embargo, otros datos son verdaderamente sorprendentes. Las mujeres se presentan a la acreditación habiendo participado en más proyectos de investigación que los hombres, pero habiendo firmado menos artículos. Para la acreditación de investigación, por ejemplo, los hombres se presentan con una media de un proyecto menos que las mujeres, pero con casi dos artículos de promedio más. En algunos ámbitos la diferencia llega ser de hasta seis artículos más a favor de los hombres.
¿Cómo interpretamos estos datos? Los mecanismos que explican estas llamativas diferencias pueden ser muy variados. Hay dinámicas sociales que se mantienen en nuestras sociedades generando y manteniendo desigualdad entre hombres y mujeres. Una de las principales es la forma en la que el peso de la paternidad y los cuidados continúa siendo asumido por las mujeres de un modo desproporcionado, con consecuencias para su productividad académica. Pero también resulta muy difícil no interpretar estas diferencias a la luz de lo que los análisis más detallados se empeñan en recordar una y otra vez: que el trabajo académico de las mujeres es menos reconocido que el de sus compañeros.
Las mujeres están en los proyectos tanto o más que ellos, pero mucho menos en el producto más prestigioso de la investigación: la publicación.
¿Y qué hacemos con estos datos? Las agencias acreditadoras, los comités de selección, los departamentos y los institutos tienen que tomar decisiones sobre estos currículums, con estas diferencias entre hombres y mujeres. No pueden tener en exclusiva la responsabilidad de corregir unas brechas que vienen determinadas por dinámicas de desigualdad de género que son previas y poderosísimas. Las universidades, las consejerías, los ministerios y la sociedad en su conjunto deben responsabilizarse y tomar medidas para corregir los mecanismos sociales y académicos que generan desigualdad allí donde se originan.
Este compromiso tiene que ir más allá de las acciones performativas, es decir, de las declaraciones de principios. Tiene que concretarse, por ejemplo, en medidas que faciliten una intensificación de la dedicación a la investigación de las mujeres tras la maternidad. Son decisiones que, en lo concreto, resultan muchísimo más complicadas de sostener que el apoyo a un principio abstracto. Pero son acciones que siguen siendo imprescindibles, tanto por razones de justicia social como para que el talento femenino no se pierda por un sistema de cañerías con más fugas de las que nos podemos permitir.