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Julio 2009

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ARTÍCULOS

El reconocimiento a la excelencia en la actividad docente en la Universitat de Lleida

Joan Prat Corominas - Vicerrector de Calidad y Planificación de la Universitat de Lleida

Uno de los elementos que fundamentan la actual cultura universitaria española y catalana es la creencia de que la actividad, repercusión o calidad del trabajo investigador se mide con gran objetividad y precisión mediante los índices bibliométricos que E. Garfield, director del Institute for Scientific Information (ISI), difundió durante los años ochenta a través de su publicación Current Contents.

Muchos investigadores y gestores universitarios están convencidos, partiendo de las asunciones, de que la única misión de la investigación consiste en contribuir al avance del conocimiento científico universal mediante la publicación de resultados en inglés, y que la revisión por pares proporciona una garantía de calidad casi total en las publicaciones.

Como consecuencia de dicha creencia, la gestión de la investigación (dotaciones presupuestarias, carrera profesional, categorización de centros, grupos e investigadores, etc.) basada en estos indicadores se ha vuelto incontestable (en detrimento de otros resultados de la actividad científica tales como las patentes, la transferencia al sistema productivo del país, etc.). Se ha escrito mucho acerca de este fenómeno, que he querido introducir aquí únicamente como ejemplo de los enormes efectos de los indicadores empleados en la medida de la calidad sobre los resultados de las inversiones públicas y los esfuerzos personales.

Un segundo elemento de la actual cultura universitaria, no menos difundido que el anterior, es la dificultad, sino imposibilidad, de medir los resultados de la actividad docente y la calidad de la misma.

Esta creencia se fundamenta en hechos tan reales como la fragmentación de la evaluación de los procesos formativos en asignaturas, lo que impide una evaluación de los aprendizajes sobre la base de referentes, o una mala definición del perfil de formación del egresado. Tampoco ayudan una insuficiente evaluación del desarrollo profesional inicial, o incluso de la inserción como medida indirecta de la misma. Hay que reconocer que algunas de estas realidades pueden perder vigencia con la aplicación de muchos de los principios del Espacio europeo de educación superior.

La coincidencia de estas dos creencias ha provocado la progresiva devaluación de la actividad docente del profesorado y la pérdida de interés de éste por la mejora y la actualización metodológica.

La introducción por parte de AQU Catalunya de criterios para la evaluación indirecta de la calidad de la actividad docente a escala individual, así como el posterior desarrollo por parte de las universidades catalanas de catálogos de indicadores para su medida objetiva en manuales de evaluación de la actividad docente del profesorado, supone un contrapunto importante a esta creencia.

No puede afirmarse, en estos momentos, que la aplicación de dichos criterios haya comportado ya un cambio cultural profundo en la consideración y valoración de la docencia por parte del profesorado universitario. La capacidad crítica, sobre la base de consideraciones en valor absoluto, de los procesos ligados a la gestión es, en el profesorado universitario, muy elevada. Pero hay que reconocer que los procesos de evaluación se están llevando a cabo con una considerable aceptación, pese a que los indicadores empleados generen discusiones habituales, e incluso los criterios son objeto frecuente de animados debates. El análisis de la evolución de nuestros resultados comparables en las distintas ediciones nos indica que se están produciendo cambios en el comportamiento del profesorado, en el sentido de la adaptación a los criterios de evaluación.

En este contexto, en la Universitat de Lleida (como en las demás universidades catalanas) estamos llevando a cabo ese procedimiento desde el año 2003. De la primera evaluación hasta la presente, tanto el manual como los indicadores y los procedimientos informáticos han variado año tras año, en lo que entendemos como una constante mejora en cinco ejes: calidad en las fuentes de información de base de los indicadores, clarificación y objetividad en la información solicitada a los participantes en valoraciones (decanos, jefes de departamento, ICE), adecuación de la distribución en rangos de los resultados obtenidos en los distintos indicadores, facilidades de utilización de los aplicativos usados por el profesorado y mejora en la información sobre el proceso.

Últimamente estamos incidiendo también en la oferta de recursos de mejora para el profesorado con problemas en alguno de los indicadores. Estos cambios se han basado en las innovaciones aportadas por AQU Catalunya al procedimiento (por ejemplo, concentración de criterios), en la valoración recibida como consecuencia del procedimiento de acreditación, pero sobre todo en el análisis realizado año tras año de los resultados del procedimiento.

La mejora en el procedimiento nos permitió, en el año 2008, la aplicación de un criterio de excelencia como base de un premio individual a la calidad docente. Esta acción había sido largamente sugerida por el Consejo Social de nuestra universidad, y durante años postergada por la falta de convencimiento general en la precisión del método de evaluación. El premio consiste en una mención, materializada en un diploma, que se entrega públicamente a los profesores galardonados en la ceremonia de apertura de curso.

El criterio consiste en el acuerdo de la Comisión de Evaluación de nuestra universidad sobre los méritos globales del docente que alcanza los máximos resultados en todos los criterios recogidos en el Manual de evaluación de la actividad docente del profesorado. En las dos ediciones celebradas hasta ahora, todos los docentes (dos y tres, respectivamente) que han obtenido estos resultados han sido apoyados por el acuerdo de la Comisión de Evaluación, hecho que interpretamos como un criterio de sensibilidad y especificidad del procedimiento hacia la valoración del concepto de calidad de la docencia. Otros indicadores en los que apoyamos la buena aproximación de la valoración al concepto son la opinión mayoritariamente positiva de la comunidad universitaria hacia los méritos de los docentes galardonados y la normalización de la distribución de los resultados finales, que indica la capacidad discriminativa del procedimiento.

Es pronto todavía para realizar una valoración de los efectos reales de esta mención, pero no cabe duda de que, de entrada, su buena aceptación debe ser interpretada como un acuerdo sobre la adecuación del procedimiento general de medida de la calidad docente por parte de los miembros de la comunidad universitaria. Habrá que ver cuál es su efecto motivador en el profesorado más interesado en demostrar(se) la excelencia de su actividad docente, así como las consecuencias y posibles aplicaciones de la existencia de una población claramente delimitada de profesores con una mención pública de docencia de la máxima calidad. La aspiración de que una valoración con criterios claros y asumidos de la calidad docente genere unas consecuencias hacia la docencia similares a las que los índices bibliométricos han producido sobre la investigación está quizás algo más justificada.

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