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35

Març 2008

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OPINIÓN

¿Qué deberíamos acreditar, el programa o la institución?

Peter Williams - Presidente de ENQA

El escenario para la garantía de la calidad en Europa cambia constantemente. Los países prueban con un sistema de evaluación o de acreditación durante unos años y después lo cambian por otro. Las agencias van y vienen y, de vez en cuando, una fuerza externa potente, como la ENQA, con su informe Criterios y directrices para la garantía de la calidad en el Espacio europeo de educación superior, hace que se replanteen o se evalúen de nuevo los procedimientos actuales.

A pesar del escenario cambiante, prácticamente todas las agencias de garantía de la calidad se centran o bien en el programa o bien en el ámbito institucional y, algunas de ellas, en ambas cosas. Las razones para elegir una u otra pueden ser complejas, pero suelen reflejar la historia de las relaciones entre los ministerios de Educación y las instituciones de educación superior. En los países en los que las universidades gozan de más autonomía, los ministerios suelen utilizar la acreditación de los programas como forma de llevar a cabo una supervisión general o un control residual del contenido de los cursos. En otros lugares, la autonomía de las instituciones se considera una señal de mayor confianza pública en las instituciones de educación superior, y el objeto de la garantía externa de la calidad es la manera en que las instituciones gestionan su autonomía.

Ambos planteamientos tienen ventajas e inconvenientes. La acreditación del programa puede asegurar la supervisión externa e independiente del propio programa y, lógicamente, es lo que suelen pedir los estudiantes. A los estudiantes les interesa el programa que están realizando. Para ellos, la gestión académica de la universidad no es tan importante como la manera en la que se enseñan los programas o en la que se presentan y se evalúan los estudios. Para el ministerio, este sistema garantiza que exista cierta coherencia en la educación superior impartida, en cada una de las materias y en todas las instituciones.

Sin embargo, la acreditación del programa también puede tener consecuencias negativas si no se diseña y se lleva a cabo con cuidado. La necesidad de alcanzar criterios impuestos desde el exterior puede hacer desaparecer o menguar el sentido de responsabilidad individual y colectiva entre el personal académico a la hora de diseñar y de gestionar los programas. Puede limitar e incluso reprimir la innovación, y la suma importancia de alcanzar los requisitos y los criterios de los evaluadores externos puede conducir a una regresión hacia una actitud conformista que favorezca la seguridad pero también la mediocridad ante la imaginación y el riesgo. Quizá más preocupante para las agencias de garantía y acreditación de la calidad es que el proceso es intensivo, caro, pesado y a menudo intrusivo. Es necesario tener presentes estas dificultades y, siempre que sea posible, deben prevenirse.

En cuanto a la acreditación de la institución, los pros y contras son parecidos. Los puntos fuertes de esta opción son que reconoce la responsabilidad de la institución en todas las actividades que ofrece en su nombre, y que acepta que la calidad sólo puede garantizarse donde radica la responsabilidad; permite un grado más alto de libertad para innovar; promueve la diversidad y las posibilidades para los estudiantes; valora (y asume) la existencia de una cultura de calidad interna madura, y suele ser un sistema menos intensivo, intrusivo y menos caro que la evaluación o acreditación del programa.

Como inconveniente, se puede objetar que la acreditación de la institución no se centra en lo que se enseña o se proporciona a los estudiantes. Es inevitablemente un sistema menos exhaustivo, debe centrarse en los procesos de gestión y de administración, y la información que proporciona es, inevitablemente, menos "granular" que la que se obtiene con la revisión de los programas individuales. Entonces, para la acreditación o garantía externa de la calidad, ¿optamos por el programa o por la institución? La respuesta debería basarse en primer lugar en la finalidad de la acción. Un sistema (o institución) de educación superior joven o que acaba de ganar autonomía institucional puede necesitar la revisión minuciosa que proporciona la acreditación del programa. El nivel de garantía de la calidad del programa será alto, pero quizá a costa de un precio también alto. Por otro lado, ante instituciones o sistemas veteranos, con una tradición consolidada de autonomía y de confianza, quizá haya que centrarse en la forma que tienen de gestionar los estándares y la calidad propios.

Si nos fijamos en Europa, la acreditación del programa sigue siendo la opción más frecuente para la garantía de la calidad, si bien existen indicios claros de que se está empezando a dar paso a la opción basada en la institución. Alemania y los Países Bajos son dos de los países que están empezando a implementar la acreditación institucional junto con la acreditación del programa, y hay otros países que llevan años siguiendo esta tendencia. El estudio reciente de la ENQA sobre los procesos de las agencias proporcionará un informe interesante sobre los avances de los últimos años en este ámbito.

Tal vez pronto seamos capaces de percibir una "historia natural" de la garantía de la acreditación y de la calidad, y de mostrar un proceso de maduración orgánico qua vaya del programa a la institución, del control directo a la confianza merecida, de la estandardización a la diversidad y de la dependencia a la confianza en la propia institución. Y tal vez ése es el viaje que ya hemos empezado, o deberíamos haber empezado, a hacer.

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